EL DILEMA DEL
CABALLERO
Hace ya mucho tiempo,
en una tierra muy lejana, vivía un caballero que pensaba que era
bueno, generoso y amoroso. Hacía todo lo que suelen hacer los
caballeros buenos, generosos y amorosos. Luchaba contra sus enemigos,
que era malos, mezquinos y odiosos. Mataba a dragones y rescataba a
damiselas en apuros. Cuando en el asunto de la caballería había
crisis, tenía la mala costumbre de rescatar damiselas incluso
cuando ellas no deseaban ser rescatadas y, debido a esto, aunque
muchas damas le estaban agradecidas, otras tantas se mostraban
furiosas con el caballero. Él lo aceptaba con filosofía. Después
de todo, no se puede contentar a todo el mundo.
Nuestro caballero era
famoso por su armadura. Reflejaba unos rayos de luz tan brillantes
que la gente del pueblo juraba no haber visto el sol salir en el
norte o ponerse en el este cuando el caballero partía a la batalla.
Y partía a la batalla con bastante frecuencia. Ante la mera mención
de una cruzada, el caballero se ponía la armadura entusiasmado,
montaba su caballo y cabalgaba en cualquier dirección. Su entusiasmo
era tal que a veces partía en varias direcciones a la vez, lo cual
no es nada fácil.
Durante años, el
caballero es esforzó en ser el número uno del reino. Siempre había
otra batalla que ganar, otro dragón que matar y otra damisela que
rescatar.
El caballero tenía
una mujer fiel y bastante tolerante, Julieta, que escribía hermosos
poemas, decía cosas inteligentes y tenía debilidad por el vino.
También tenía un hijo de cabellos dorados, Cristóbal, al que
esperaba ver algún día, convertido en un valiente caballero.
Julieta y Cristóbal
veían poco al caballero porque, cuando no estaba luchando en una
batalla, matando dragones o rescatando damiselas, estaba ocupado
probándose su armadura y admirando su brillo. Con el tiempo, el
caballero se enamoró hasta tal punto de su armadura que se la empezó
a poner para cenar y, a menudo, para dormir. Después de un tiempo,
ya no se tomaba la molestia de quitársela para nada. Poco a poco, su
familia fue olvidando qué aspecto tenía sin ella.
Ocasionalmente,
Cristóbal le preguntaba a su madre qué aspecto tenía su padre.
Cuando esto sucedía, Julieta llevaba al chico hasta la chimenea y
señalaba el retrato del caballero.
-He aquí a tu padre
- decía con un suspiro.
Una tarde, mientras
contemplaba el retrato, Cristóbal le dijo a su madre:
-Ojalá pudiera
a ver a padre en persona.
- ¡No puedes tenerlo
todo! - respondió bruscamente Julieta.
Estaba cada vez más
harta de tener tan sólo una pintura como recuerdo del rostro de su
marido y estaba cansada de dormir mal por culpa del ruido metálico
de la armadura.
Cuando paraba en casa
y no estaba absolutamente pendiente de su armadura, el caballero
solía recitar monólogos sobre sus hazañas. Julieta y Cristóbal
casi nunca podían decir una palabra. Cuando lo hacían, el caballero
las acallaba, ya sea cerrando su visera o quedándose repentinamente
dormido.
Un día, Julieta se
enfrentó a su marido.
-Creo que amas más a
tu armadura de lo que me amas a mí.
-Eso no es verdad -
respondió el caballero - ¿Acaso no te amé lo suficiente como para
rescatarte de aquel dragón e instalarte en este elegante castillo
con paredes empedradas?
-Lo que tu amabas -
dijo Julieta, espiando a través de la visera para poder ver sus ojos
- era la idea de rescatarme. No me amabas realmente entonces y
tampoco me amas realmente ahora.
-Sí que te amo -
insistió el caballero, abrazándola torpemente con su fría y rígida
armadura, casi rompiéndole las costillas.
- ¡Entonces, quítate
esa armadura para ver quién eres en realidad! - le exigió.
-No puedo quitármela.
Tengo que estar preparado para montar en mi caballo y partir en
cualquier dirección - explicó el caballero.
-Si no te quitas la
armadura, cogeré a Cristóbal, subiré a mi caballo y me marcharé
de tu vida.
Bueno, esto sí que
fue un golpe para el caballero. No quería que Julieta se fuera.
Amaba a su esposa y a su hijo y a su elegante castillo, pero también
amaba a su armadura porque les mostraba a todos quién era él: un
caballero bueno, generoso y amoroso. ¿Por qué no se daba cuenta
Julieta de ninguna de estas cualidades?
El caballero estaba
inquieto. Finalmente, tomó una decisión. Continuar llevando la
armadura no valía la pena si por ello había de perder a Julieta y
Cristóbal.
De mala gana, el
caballero intentó quitarse el yelmo, pero ¡no se movió! Tiró con
más fuerza. Estaba muy enganchado. Desesperado, intentó levantar la
visera, pero, por desgracia, también estaba atascada. Aunque tiró
de la visera una y otra vez, no consiguió nada.
El caballero caminó
de arriba abajo con gran agitación. ¿Cómo podía haber sucedido
esto? Quizá no era tan sorprendente encontrar el yelmo atascado, ya
que no se lo había quitado en años, pero la visera era otro asunto.
Lo había abierto con regularidad para comer y beber. Pero bueno, ¡si
la había abierto esa misma mañana para desayunar huevos revueltos y
cerdo en su salsa!
Repentinamente, el
caballero tuvo una idea. Sin decir adónde iba, salió corriendo
hacia la tienda del herrero, en el patio del castillo. Cuando llegó,
el herrero estaba dándose forma a una herradura con sus manos.
-Herrero - dijo el
caballero - tengo un problema.
-Sois un problema,
señor - dijo socarronamente el herrero, con su tacto habitual.
El caballero, que
normalmente gustaba de bromear, arrugó el entrecejo.
-No estoy de humor
para tus bromas en estos momentos. Estoy atrapado en esta armadura -
vociferó, al tiempo que golpeaba el suelo con el pie revestido de
acero, dejándolo caer accidentalmente sobre el dedo gordo del pie
del herrero.
El herrero dejó
escapar un aullido y, olvidando por un momento que el caballero era
su señor, le propinó un brutal golpe en el yelmo. El caballero
sintió tan sólo una ligera molestia. El yelmo ni se movió.
-Inténtalo otra vez
- ordenó el caballero, sin darse cuenta de que el herrero le había
golpeado porque estaba enfadado.
-Con gusto - dijo el
herrero, balanceando un martillo en venganza y dejándolo caer con
fuerza sobre el yelmo del caballero. El yelmo ni siquiera se abolló.
El caballero se
sintió muy turbado. El herrero era, con mucho, el hombre más fuerte
del reino. Si él no podía sacar al caballero de su armadura, ¿quién
podría?
Como era un buen
hombre, excepto cuando le aplastaban el dedo gordo del pie, el
herrero percibió el pánico del caballero y sintió lástima.
-Estáis en una
situación difícil, caballero, pero no os deis por vencido. Regresad
mañana cuando yo haya descansado. Me habéis cogido el final de un
día muy duro.
Aquella noche, la
cena fue difícil. Julieta se enfadaba cada vez más a medida que iba
introduciendo por los orificios de la visera del caballero la comida
que había tenido que triturar previamente. A mitad de la cena, el
caballero le contó a Julieta que el herrero había intentado abrir
la armadura, pero que había fracasado.
- ¡No te creo,
bestia ruidosa! -Gritó al tiempo que estrellaba el plato de puré de
estofado de paloma contra su yelmo.
El caballero no
sintió nada. Sólo cuando la salsa comenzó a chorrear por los
orificios de la visera, se dio cuenta de que le habían dado en la
cabeza. Tampoco había sentido el martillo del herrero aquella tarde.
De hecho, ahora que lo pensaba, su armadura no le dejaba sentir
apenas nada, y la había llevado durante tanto tiempo que había
olvidado cómo se sentían las cosas sin ella.
El caballero se
entristeció mucho porque Julieta no creía que estaba intentando
quitarse la armadura. El herrero y él lo habían intentado, y lo
siguieron intentado durante días, sin éxito. Cada día el caballero
se deprimía más y Julieta estaba cada vez más fría.
Finalmente, el
caballero admitió que los esfuerzos del herrero eran vanos.
- ¡Vaya con el
hombre más fuerte del reino! ¡Ni siquiera puedes abrir este montón
de lata! -gritó con frustración.
Cuando el caballero
regresó a casa, Julieta le chilló:
-Tu hijo no tiene más
que un retrato de su padre, y estoy harta de hablar con una visera
cerrada. No pienso volver a pasar comida por los agujeros de esa
horrible cosa nunca más. ¡Este es el último puré de cordero que
te preparo!
-No es mi culpa si
estoy atrapado en esta armadura. Tenía que llevarla para estar
siempre listo para la batalla. ¿De qué otra manera, si no, hubiera
podido comprar bonitos castillos y caballos para ti y para Cristóbal?
-No lo hacías por
nosotros - argumentó Julieta, ¡Lo hacías por ti!
Al caballero le dolió
en el alma que su mujer pareciera no amarlo más. También temía
que, si no se quitaba la armadura pronto, Julieta y Cristóbal
realmente se marcharían. Tenía que quitarse la armadura, pero no
sabía cómo.
El caballero descartó
una idea tras otra por considerarlas poco viables. Algunos planes
eran realmente peligrosos. Sabía que cualquier caballero que se
plantease fundir su armadura con la antorcha de un castillo, o
congelarla saltando a un foso helado, o hacerla explotar con un
cañón, estaba seriamente necesitado de ayuda. Incapaz de encontrar
ayuda en su propio reino, el caballero decidió buscar en otras
tierras.
“En algún lugar
debe de haber alguien que me pueda ayudar a quitarme esta armadura”,
pensó.
Desde luego, echaría
de menos a Julieta, Cristóbal y el elegante castillo. También temía
que, en su ausencia, Julieta encontrara el amor en brazos de otro
caballero, uno que estuviera deseoso de quitarse la armadura y de ser
un padre para Cristóbal. Sin embargo, el caballero tenía que irse,
así que, una mañana, muy temprano, montó en su caballo y se alejó
cabalgando. No osó mirar atrás por miedo a cambiar de idea.
Al salir de la
provincia, el caballero se detuvo para despedirse del rey, que había
sido muy bueno con él. El rey vivía en un grandioso castillo
en la cima de una colina del barrio elegante. Al cruzar el puente
levadizo y entrar en el patio, el caballero vio al bufón sentado con
las piernas cruzadas, tocando la flauta.
El bufón se llamaba
Bolsa legre porque llevaba sobre su hombro una bolsa con los
colores del arco iris, llena de artilugios para hacer reír o sonreír
a la gente. Había extrañas cartas que utilizaba para adivinar el
futuro de las personas, cuentas de vivos colores que hacía aparecer
y desaparecer y graciosas marionetas que usaba para divertir a su
audiencia.
-Hola, Bolsa legre -
dijo el caballero - He venido a decirle adiós al rey.
El bufón miro hacia
arriba.
-El rey se acaba de
ir.
No hay
nada que él os pueda decir.
- ¿Adónde ha ido? -
preguntó el caballero.
-A una cruzada
ha partido.
Silo esperáis,
vuestro tiempo habréis perdido.
El caballero quedó
decepcionado por no haber podido ver al rey y perturbado por no poder
unirse a él en la cruzada.
-Oh - suspiró.
Podría morir de inanición dentro de esta armadura antes de que el
rey llegara. - quizás no le vuelva a ver nunca más.
El caballero sintió
ganas de dejarse caer de su montura, pero, por supuesto, la armadura
se lo impedía.
-Sois una imagen
triste de ver.
No con todo vuestro
poder, vuestra situación podéis resolver.
-No estoy de humor
para tus insultantes rimas - ladró el caballero, tenso dentro de su
armadura - ¿No puedes tomarte los problemas de alguien seriamente
por una vez?
Con una clara y
lírica voz, Bolsalegre cantó:
-A mí los problemas
no me han de afectar.
Son oportunidades
para criticar.
-Otra canción
cantarías si fueras tú el que estuviera atrapado aquí - gruñó el
caballero.
Bolsalegre continuó:
-A todos, alguna
armadura nos tiene atrapados.
Sólo que la vuestra
ya la habéis encontrado.
-No tengo tiempo de
quedarme y oír tus tonterías. Tengo que encontrar la manera de
salir de esta armadura.
Y dicho esto, el
caballero se dispuso a partir, pero Bolsalegre le llamó:
-Hay alguien que
puede ayudaros, caballero, a sacar a la luz vuestro yo verdadero.
El caballero detuvo
su caballo bruscamente y, emocionado, regresó hacia Bolsalegre.
- ¿conoces a alguien
que me pueda sacar de esta armadura? ¿Quién es?
-Tenéis que ver al
mago Merlín, así lograréis ser libre al fin.
- ¿Merlín? El único
Merlín del que he oído hablar es el gran sabio, el maestro del Rey
Arturo.
-Si. Si, el mismo es.
Merlín solo hay uno,
ni dos ni tres.
- ¡Pero no puede
ser! -Exclamó el caballero - Merlín y el rey Arturo vivieron hace
muchos años.
Bolsalegre replicó:
-Es verdad, pero aún
vive ahora. En los bosques el sabio mora.
-Pero esos bosques
son tan grandes... dijo el caballero - ¿cómo lo encontraré ahí?
Bolsalegre sonrió.
-aunque muy difícil
ahora os parece. Cuando el alumno está preparado, el maestro
aparece.
-Ojalá Merlín
apareciera pronto. Voy a buscarlo a él - dijo el caballero.
Estiró el brazo y le
dio la mano a Bolsalegre en señal de gratitud, y por poco le tritura
los dedos del bufón con el guantelete.
Bolsalegre dio un
grito. El caballero soltó rápidamente la mano del bufón.
-Lo siento.
Bolsalegre se frotó
los magullados dedos.
-Cuando la armadura
desaparezca y estéis bien. Sentiréis el dolor de los otros también.
-¡Me voy! - dijo el
caballero.
Hizo girar su caballo
y, abrigando nuevas esperanzas en su corazón, se alejó galopando.
EN LOS BOSQUES DE
MERLÍN
No fue tarea fácil
encontrar el astuto mago. Había muchos bosques en los que buscar,
pero sólo un Merlín. Así que el pobre caballero cabalgó día tras
día, noche tras noche, debilitándose cada vez más.
Mientras cabalgaba en
solitario a través de los bosques, el caballero se dio cuenta de que
había muchas cosas que no sabía. Siempre había pensado que era muy
listo, pero no se sentía tan listo ahora, intentando sobrevivir en
los bosques.
De mala gana, se
reconoció a sí mismo que no podía distinguir una baya venenosa de
una comestible. Esto hacía del acto de comer una ruleta rusa. Beber
no era menos complicado. El caballero intentó meter la cabeza en un
arroyo, pero su yelmo se llenó de agua. Casi se ahoga dos veces. Por
si eso fuera poco, estaba perdido desde que había entrado en el
bosque. No sabía distinguir el norte del sur, ni el este del oeste.
Por fortuna, su caballo sí lo sabía.
Después de meses de
buscar en vano, el caballero estaba bastante desanimado. Aún no
había encontrado a Merlín, a pesar de haber viajado muchas leguas.
Lo que le hacía sentirse peor aún era que ni siquiera sabía cuánto
era una legua. Una mañana, se despertó sintiéndose más débil de
lo normal y un tanto peculiar. Aquella misma mañana encontró a
Merlín. El caballero reconoció al mago enseguida. Estaba sentado en
un árbol, vestido con una larga túnica blanca. Los animales del
bosque estaban reunidos a su alrededor, y los pájaros descansaban en
sus hombros y brazos.
El caballero movió
la cabeza sombríamente de un lado a otro, haciendo que rechinase su
armadura. ¿Cómo podían estos animales encontrar a Merlín con
tanta facilidad cuando había sido tan difícil para él?.
Cansinamente, el
caballero descendió de su caballo.
-Os he estado
buscando - le dijo al mago - He estado perdido durante meses.
-Toda vuestra vida -
le corrigió Merlín, mordiendo una zanahoria y compartiéndola con
el conejo más cercano.
El caballero se
enfureció.
-No he venido hasta
aquí para ser insultado.
-Quizá siempre os
habéis tomado la verdad como un insulto - dijo Merlín, compartiendo
la zanahoria con algunos de los animales.
Al caballero tampoco
le gustó mucho este comentario, pero estaba demasiado débil de
hambre y sed como para subir a su caballo y marcharse. En lugar de
eso, dejó caer su cuerpo envuelto en metal sobre la hierba. Merlín
le miró con compasión.
-Sois muy afortunado
- comentó - Estáis demasiado débil para correr.
-¿Y eso qué quiere
decir? - preguntó con brusquedad el caballero.
Merlín sonrió por
respuesta.
-Una persona no puede
correr y aprender a la vez. Debe permanecer en un lugar durante un
tiempo.
-Sólo me quedaré
aquí el tiempo necesario para aprender cómo salir de esta armadura
- dijo el caballero.
-Cuando hayáis
aprendido eso - afirmó Merlín - nunca más tendréis que subir a
vuestro caballo y partir en todas direcciones.
El caballero estaba
demasiado cansado como para cuestionar esto. De alguna manera, se
sentía consolado y se quedó dormido enseguida.
Cuando el caballero
despertó, vio a Merlín y a los animales a su alrededor. Intentó
sentarse, pero estaba demasiado débil. Merlín le tendió una copa
de plata que contenía un extraño líquido.
-Bebed esto - le
ordenó.
-¿Qué es? -
preguntó el caballero, mirando la copa receloso.
-¡Estáis tan
asustado! - dijo Merlín - Por supuesto, por eso os pusisteis la
armadura desde el principio.
El caballero no se
molestó en negarlo, pues estaba demasiado sediento.
-Está bien, lo
beberé. Vertedlo por mi visera.
-No lo haré. Es
demasiado valioso para desperdiciarlo.
Rompió una caña,
puso un extremo en la copa y deslizó el otro por uno de los
orificios de la visera del caballero.
-¡Ésta es una gran
idea! - dijo el caballero.
-Yo lo llamo pajita -
replicó Merlín.
-¿Por qué?
-¿Y por qué no?
El caballero se
encogió de hombros y sorbió el líquido por la caña. Los primeros
sorbos le parecieron amargos, los siguientes más agradables, y los
últimos tragos fueros bastante deliciosos.
Agradecido, el
caballero le devolvió la copa a Merlín.
-Deberías lanzarlo
al mercado. Os haríais rico.
Merlín se limitó a
sonreír.
-¿Qué es ? -
preguntó el caballero.
-Vida.
-¿Vida?
-Si - dijo el sabio mago. - ¿No os pareció
amarga al principio y, luego, a medida que la degustabais, no la
encontrabais cada vez más apetecible?.
El caballero asintió.
-Sí, los últimos
sorbos resultaron deliciosos.
-Eso fue cuando
empezasteis a aceptar lo que estabais bebiendo.
-¿Estáis diciendo
que la vida es buena cuando uno la acepta? - preguntó el caballero.
-¿Acaso no es así?
- replicó Merlín, levantando una ceja divertido.
-¿Esperáis que
acepte toda esta pesada armadura?.
-Ah - dijo Merlín -
no nacisteis con esa armadura. Os la pusisteis vos mismo. ¿Os habéis
preguntado por qué?.
-¿Y por qué no? -
replicó el caballero, irritado. En ese momento, le estaba empezando
a doler la cabeza. No estaba acostumbrado a pensar de esa manera.
-Seréis capaz de
pensar con mayor claridad cuando recuperéis fuerzas – dijo Merlín.
Dicho esto, el mago
hizo sonar sus palmas y las ardillas, llevando nueces entre los
dientes, se alinearon delante del caballero. Una por una, cada
ardilla trepó alhombro del caballero, rompió y masticó una nuez, y
luego empujó los pequeños trozos a través de la visera del
caballero. Las liebres hicieron lo mismo con las zanahorias, y los
ciervos trituraron raíces y bayas para que el caballero comiera.
Este método de alimentación nunca sería aprobado por el ministerio
de Sanidad, pero ¿qué otra cosa podía hacer un caballero atrapado
en su armadura en medio del bosque?.
Los animales
alimentaban al caballero con regularidad, y Merlín le daba a beber
enormes copas de Vida con la pajita. Lentamente, el caballero se fue
fortaleciendo, y comenzó a sentirse esperanzado.
Cada día le hacía
la misma pregunta a Merlín:
-¿Cuándo podré
salir de esta armadura?
Cada día Merlín
replicaba:
-¡Paciencia! Habéis
llevado esa armadura durante mucho tiempo. No podéis salir de ella
así como así.
Una noche, los
animales y el caballero estaban oyendo al mago tocar con su laúd los
últimos éxitos de los trovadores. Mientras esperaba que Merlín
acabara de tocar. Añoro los viejos tiempos, en que los caballeros
eran valientes y las damiselas eran frías, el caballero le hizo una
pregunta que tenía en mente desde hacía tiempo.
-¿Fuisteis en verdad
el maestro del rey Arturo?
El rostro del mago se
encendió.
-Sí, yo le enseñé
a Arturo - dijo.
-Pero ¿cómo podéis
seguir vivo? ¡Arturo vivió hace mucho tiempo! - exclamó el
caballero.
-Pasado, presente y
futuro son uno cuando estás conectado a la Fuente – replicó
Merlín.
-¿Qué es la Fuente?
- preguntó el caballero.
-Es el poder
misterioso e invisible que es el origen de todo.
-No entiendo - dijo
el caballero.
-Eso se debe a que
intentáis comprender con la mente, pero vuestra mente es limitada.
-Tengo una mente muy
buena - le discutió el caballero.
-E inteligente -
añadió Merlín - Ella te atrapó en esa armadura.
El caballero no pudo
refutar eso. Luego recordó algo que Merlín le había dicho nada más
llegar.
-Una vez me dijisteis
que me había puesto esta armadura porque tenía miedo.
-¿No es eso verdad?
- respondió Merlín.
-No, la llevaba para
protegerme cuando iba a la batalla.
-Y temíais que os
hirieran de gravedad o que os mataran - añadió Merlín.
-¿Acaso no lo teme
todo el mundo?
Merlín negó con la
cabeza.
-¿Y quién os dijo
que teníais que ir a la batalla?
-Tenía que demostrar
que era un caballero bueno, generoso y amoroso.
-Si realmente erais
bueno, generoso y amoroso, ¿por qué teníais que demostrarlo?-
preguntó Merlín.
El caballero eludió
tener que pensar en eso de la misma manera que solía eludir todas
las cosas: se puso a dormir.
A la mañana
siguiente, despertó con un pensamiento elevado en su mente: ¿Era
posible que no fuese bueno, generoso y amoroso? Decidió
preguntárselo a Merlín.
-¿Qué pensáis vos?
- replicó Merlín.
-¿Por qué siempre
respondéis a una pregunta con otra pregunta?
-¿ Y por qué
siempre buscáis que otros os respondan vuestras preguntas?
El caballero se
marchó enfadado, maldiciendo a Merlín entre dientes.
-¡Ese Merlín! -
masculló - ¡Hay veces que realmente me saca de mi armadura!.
Con un ruido seco, el
caballero dejó caer su pesado cuerpo bajo un árbol para reflexionar
sobre las preguntas del mago.
¿Qué pensaba en
realidad?
-¿Podría ser - dijo
en voz alta a nadie en particular - que yo no fuera bueno, generoso y
amoroso?
-Podría ser - dijo
una vocecita - Si no ¿por qué estáis sentado sobre mi cola?
-¿Eh? - el caballero
miró hacia abajo y vio a una pequeña ardilla sentada a su lado. Es
decir, a casi toda la ardilla. Su cola estaba escondida.
-¡Oh perdona! - dijo
el caballero, moviendo rápidamente la pierna para que la ardilla
pudiera recuperar su cola - Espero no haberte hecho daño. No veo muy
bien con esta visera en mi camino.
-No lo dudo - replicó
la ardilla sin ningún resentimiento en la voz - Por eso siempre
estáis pidiendo disculpas a la gente por haberles hecho daño.
-La única cosa que
me irrita más que un mago sabelotodo es una ardilla sabelotodo. -
gruñó el caballero - No tengo por qué quedarme aquí y hablar
contigo.
Luchó contra el peso
de la armadura en un intento de ponerse de pie. De repente,
sorprendido, balbuceó:
-¡Eh... tu y yo
estamos hablando!
-Un tributo a mi
buena fe - replicó la ardilla - teniendo en cuenta que os habéis
sentado sobre mi cola.
-Pero si los animales
no pueden hablar - dijo el caballero.
-Oh, claro que pueden
- dijo la ardilla - Lo que sucede es que la gente no escucha.
El caballero movió
la cabeza perplejo.
-¿Me has hablado
antes?
-Claro, cada vez que
rompía una nuez y la empujaba por vuestra visera.
-¿Cómo es que te
puedo oír ahora si no te podía oír entonces?
-Admiro una mente
inquisitiva - comentó la ardilla - pero ¿nunca aceptáis nada tal
como es, simplemente porque es?
-Estás respondiendo
a mis preguntas con preguntas - dijo el caballero – Has pasado
demasiado tiempo con Merlín.
-Y vos no habéis
pasado el tiempo suficiente con él.
La ardilla le dio un
ligero golpe al caballero con su cola y trepó a un árbol corriendo.
El caballero la llamó.
-¡Espera! ¿Cómo te
llamas?
-Ardilla - replicó
ella simplemente, y desapareció en la copa del árbol.
Aturdido, el
caballero movió la cabeza. ¿Se había imaginado todo esto? En ese
preciso instante, vio a Merlín acercarse.
-Merlín - dijo
Tengo ganas de salir de aquí. He empezado a hablar con las ardillas.
-Espléndido -
replicó el Mago.
El caballero le miró
preocupado.
-¿Cómo puede ser
espléndido? ¿Qué queréis decir?.
-Simplemente eso. Os
estáis volviendo lo suficientemente sensible como para sentir las
vibraciones de otros.
El caballero estaba
obviamente confundido, así que Merlín continuó explicando:
-No hablasteis con la
ardilla con palabras, sino que sentisteis sus vibraciones, y
tradujisteis esas vibraciones en palabras. Estoy esperando el día en
que empecéis a hablar con las flores.
-Eso será el día
que las plantéis en mi tumba. ¡Tengo que salir de estos bosques!
-¿Adónde irías?
-Regresaría con
Julieta y Cristóbal. Han estado solos durante mucho tiempo. Tengo
que volver y cuidar de ellos.
-¿Cómo podéis
cuidar de ellos si ni siquiera podéis cuidar de vos mismo? -preguntó
Merlín.
-Pero les echo de
menos - se quejó el caballero - quiero regresar con ellos. Aúnen el
peor de los casos.
-Y es exactamente así
como regresaréis si vais con vuestra armadura - le previno Merlín.
El caballero miró a
Merlín con tristeza.
-No quiero esperar a
quitarme la armadura. Quiero volver ahora y ser un marido bueno,
generoso y amoroso para Julieta y un gran padre para Cristóbal.
Merlín asintió
comprensivo. Le dijo al caballero que regresar para dar de sí mismo
era un maravilloso regalo.
-Sin embargo - añadió
- un don para ser un don, debe ser aceptado. De no ser así es como
una carga para las personas.
-¿Queréis decir que
quizá no quieran que regrese? - preguntó el caballero sorprendido -
Seguramente me darían otra oportunidad. Después de todo, yo soy uno
de los mejores caballeros del reino.
-Quizás esta
armadura sea más gruesa de lo que parece - dijo Merlín con
suavidad.
El caballero
reflexionó sobre esto. Recordó las eternas quejas de Julieta porque
él se iba a la batalla tan a menudo, por la atención que le
prestaba a su armadura, y por su visor cerrado y su costumbre de
quedarse dormido para no oír las palabras. Quizá Julieta no
quisiera que él volviese, pero Cristóbal sí querría.
-¿Por qué no
mandarle una nota a Cristóbal y preguntárselo? - sugirió Merlín.
El caballero estuvo
de acuerdo en que era una buena idea, pero ¿cómo podía hacerle
llegar una nota a Cristóbal?
Merlín señaló a la
paloma que estaba posada sobre su hombro.
-Rebeca la llevará.
El caballero estaba
perplejo.
-Ella no sabe dónde
vivo. Es sólo un estúpido pájaro.
-Puedo distinguir el
norte del sur y el este del oeste - respondió secamente Rebeca - lo
cual es más de lo que se podría decir de vos.
El caballero se
disculpó rápidamente. Estaba completamente pasmado. No sólo había
hablado con una paloma y una ardilla, sino que además las había
hecho enfadar a las dos en el mismo día.
Como era un pájaro
de gran corazón, Rebeca aceptó las disculpas del caballero y partió
con la nota para Cristóbal en el pico.
-No arrulles con
palomas extrañas o dejarás caer mi nota - le gritó el caballero.
Rebeca ignoró este
comentario desconsiderado. El caballero estaba cada vez más
impaciente, temiendo que hubiera caído presa de alguno de los
halcones de caza que él y otros caballeros habían entrenado. Se
estremeció, preguntándose cómo había podido participar en un
deporte tan sucio, y se arrepintió otra vez de su horrible
equivocación.
Cuando Merlín
terminó de tocas su laúd y de cantar Tendrás un largo y frío
invierno, si tienes un corto y frío corazón, el caballero le
expresó sus preocupaciones con respecto a Rebeca.
Merlín le dio
confianza con un alegre verso:
-La paloma más lista
que jamás haya volado, no puede ir a parar a ningún guisado.
En ese momento, un
gran parloteo se levantó entre los animales. Todos miraban al cielo,
así que Merlín y el caballero miraron también. Muy alto, sobre sus
cabezas, dando círculos para aterrizar, estaba Rebeca.
El caballero se puso
de pie con gran esfuerzo, el tiempo que Rebeca se posaba en el hombro
de Merlín. Cogiendo la nota de su pico, el mago la miró y le dijo
al caballero con gravedad que era de Cristóbal.
-¡Déjamela ver! -
dijo el caballero, quitándole el papel... ¡Está en blanco!
Exclamó- ¿qué quiere decir esto?
-Quiere decir - dijo
Merlín suavemente - que vuestro hijo no os conoce lo suficiente como
para daros una respuesta.
El caballero
permaneció quieto un momento, pasmado, luego lanzó un gemido y
lentamente cayó al suelo. Intentó retener las lágrimas, pues los
caballeros de brillante armadura simplemente no lloran. Sin embargo,
pronto su pena le venció. Luego, exhausto y medio ahogado en su
yelmo por las lágrimas, el caballero se quedó dormido.
EL SENDERO DE LA
VERDAD
Cuando el caballero
despertó, Merlín estaba sentado silenciosamente a su lado.
-Siento no haber
actuado como un caballero - dijo - Mi barba está hecha una sopa.-
añadió disgustado.
-No os excuséis -
dijo Merlín - Acabáis de dar el primer paso para liberaros de
vuestra armadura.
-¿Qué queréis
decir?
-Ya lo veréis -
replicó el Mago. Se puso de pie. Es hora de que os vayáis.
Esto molestó al
caballero. Estaba empezando a disfrutar de estar en el bosque con
Merlín y los animales. De cualquier manera, le parecía que no tenía
adónde ir. Aparentemente, Julieta y Cristóbal no lo querían en
casa. Es verdad que podía volver al asunto de la caballería e ir a
alguna cruzada. Tenía muy buena reputación en batalla, y había
muchos reyes que se sentirían felices teniéndolo a su lado, pero ya
no le parecía que luchar pudiese tener sentido.
Merlín le recordó
al caballero su nuevo propósito: liberarse de la armadura.
-¿Por qué
molestarse? - preguntó el caballero ásperamente - a Julieta y a
Cristóbal les daba igual si me la quito o no.
-Hacedlo por vos
mismo - sugirió Merlín - El estar atrapado entro todo ese acero os
ha causado muchos problemas, y las cosas empeorarán con el paso del
tiempo. Incluso podríais morir a causa de una neumonía por culpa de
una barba empapada.
-Supongo que sí, mi
barba se ha convertido en un fastidio - replicó el caballero- Estoy
cansado de cargar con ella y estoy harto de comer papillas. Ahora que
lo pienso, ni siquiera me puedo rascar la espalda cuando me pica.
-¿Y cuándo fue la
última vez que sentisteis el calor de un beso, olisteis la fragancia
de una flor, o escuchasteis una hermosa melodía sin que vuestra
armadura se interpusiera entre vosotros?
-Ya ni me acuerdo -
murmuró el caballero con tristeza - Tenéis razón, Merlín. Tengo
que liberarme de esta armadura por mí mismo.
-No podéis continuar
viviendo y pensando como lo habéis hecho hasta ahora – dijo Merlín
- Fue así como os quedasteis atrapado en ese montón de acero al
principio.
-Pero, ¿cómo puedo
cambiar todo eso? - preguntó el caballero intranquilo.
-No es tan difícil
como parece - explicó Merlín, conduciendo al caballero hacia un
sendero - Éste es el sendero que seguisteis para llegar a estos
bosques.
-Yo no seguí ningún
sendero - dijo el caballero - ¡Estuve perdido durante meses!
-La gente no suele
percibir el sendero por el que transita - replicó Merlín.
-¿Queréis decir que
el sendero estaba ahí pero yo no lo podía ver?
-Sí, y podéis
regresar por el mismo, si así lo deseáis; pero conduce a la
deshonestidad, la avaricia, el odio, los celos, el miedo y la
ignorancia.
-¿Estáis diciendo
que yo soy todo eso? - preguntó el caballero indignado.
-En algunos momentos,
sois alguna de esas cosas - admitió Merlín en voz baja.
El mago señaló
hacia otro sendero. Era más estrecho que el primero y muy empinado.
-Parece una escalada
difícil - observó el caballero.
-Ése- dijo Merlín
asintiendo - es el Sendero de la Verdad. Se vuelve más empinado a
medida que se acerca a la cima de una lejana montaña.
El caballero
contempló el empinado camino sin entusiasmo.
-No estoy seguro de
que valga la pena. ¿Qué conseguiré cuando llegue a la cima?
-Se trata de lo que
no tendréis. - explicó Merlín - ¡Vuestra armadura!
El caballero
reflexionó sobre esto. Si regresaba por el camino por el que había
venido, no tendría esperanzas de liberarse de su armadura y,
probablemente moriría de soledad y fatiga. La única manera de
quitarse la armadura era, por lo visto, seguir el Sendero de la
Verdad, aunque pudiese, en tal caso, morir intentando trepar hacia la
empinada montaña.
El caballero observó
el difícil sendero que tenía delante. Luego miró hacia abajo, y
contempló el acero que cubría su cuerpo.
-Está bien - dijo
con resignación - Probaré el Sendero de la Verdad.
Merlín asintió:
-Vuestra decisión de
transitar un sendero desconocido, teniendo que cargar con una pesada
armadura, requiere mucho coraje.
El caballero sabía
que tenía que comenzar de inmediato, porque, si no, podría cambiar
de opinión.
-Iré a buscar mi
fiel caballo - dijo
-Oh, no - rebatió
Merlín, moviendo la cabeza de lado a lado - El camino tiene partes
demasiado estrechas para que un caballo pueda pasar. Tendréis que ir
a pie.
Horrorizado, el
caballero se dejó caer sobre una roca.
-Creo que prefiero
morir por culpa de una barba empapada - dijo, perdiendo todo el
coraje con una rapidez impresionante.
-No tendrás que
viajar solo - le dijo Merlín - Ardilla os acompañará.
-¿Qué pretendéis,
que cabalgue sobre una ardilla? - preguntó el caballero, asustado
ante la idea de tener por compañera en tan arduo viaje a un animal
sabelotodo.
-Puede que no me
puedas montar - dijo la ardilla - pero me necesitaréis para que os
ayuda a comer. ¿Quién si no, masticará las nueces para vos y las
pasará por vuestra visera?
Cuando Rebeca oyó la
conversación, voló desde un árbol cercano y se posó en el hombro
del caballero.
-Yo también os
acompañaré. He estado en la cima de la montaña y conozco el camino
- dijo.
La buena disposición
que mostraban los dos animales para ayudarle, proporcionó al
caballero el coraje que necesitaba.
“Bueno, bueno - se
dijo -¡uno de los principales caballeros del reino necesitando que
una ardilla y un pájaro le den coraje!”
Se puso de pie con
gran esfuerzo, indicándole a Merlín que estaba listo para comenzar
el viaje.
Mientras caminaban
por el sendero, el mago sacó una exquisita llave dorada de su cuello
y se la dio al caballero.
-Esta llave abrirá
las puertas de los tres castillos que bloquearán vuestro camino.
-¡Losé! Gritó el
caballero - Habrá una princesa en cada castillo, y mataré al dragón
que la retiene y la rescataré...
-¡Basta!- lo
interrumpió Merlín - No habrá princesas en ninguno de estos
castillos. E, incluso si las hubiese, en estos momentos no estáis
capacitado para rescatar a ninguna. Tenéis que aprender a salvaros
vos primero.
Tras la reprimenda,
el caballero permaneció en silencio, mientras Merlín continuaba:
-El primer castillo
se llama Silencio; el segundo Conocimiento y el tercero Voluntad y
Osadía. Una vez hayáis entrado en ellos, encontraréis la salida
sólo cuando hayáis aprendido lo que habéis ido a aprender.
Desde el punto de
vista del caballero, esto no parecía tan divertido como rescatar
princesas. Además, en aquel momento, visitar castillos no era lo que
más le apetecía.
-¿Por qué no puedo
simplemente rodear los castillos? Preguntó malhumorado.
-Si lo hacéis, os
extraviaréis del sendero y seguramente os perderéis. La única
manera de llegar a la cima de la montaña es atravesando los
castillos – dijo Merlín firmemente.
El caballero suspiró
profundamente mientras contemplaba la empinada y estrecha senda.
Desaparecía entre los altos árboles que sobresalían hacia unas
nubes bajas. Presintió que este viaje sería mucho más difícil que
una cruzada.
Merlín sabía lo que
el caballero estaba pensando.
-Sí - afirmó - es
una batalla diferente la que tendréis que librar en el Sendero de la
Verdad. La lucha será aprender a amaros.
-¿Cómo haré eso? -
preguntó el caballero.
-Empezaréis por
aprender a conoceros - respondió Merlín - Esta batalla no se
puede ganar con la espada, así que la tendréis que dejar aquí - la
tierna mirada de Merlín descansó en el caballero por un momento.
Luego añadió -: Si os encontráis con algo con lo que no podáis
lidiar, llamadme, y yo acudiré.
-¿Queréis decir que
podéis aparecer dondequiera que yo me encuentre?
-Cualquier mago que
se precie lo puede hacer - replicó Merlín. Dicho esto desapareció.
El caballero quedó
asombrado.
-¡Pero bueno... si
ha desaparecido!
Ardilla asintió.
-A veces realmente la
hace buena.
-Gastaréis toda
vuestra energía hablando - les riño Rebeca - Pongámonos en marcha.
El yelmo del
caballero emitió un chirrido cuando éste asintió. Partieron con
Ardilla al frente y, detrás, el caballero con Rebeca sobre su
hombro. De tanto en tanto, Rebeca volaba en misión exploratoria y
volvía para informarles de lo que les esperaba más adelante.
Después de unas
horas, el caballero se derrumbó, exhausto y dolorido. No estaba
acostumbrado a viajar sin caballo y con la armadura puesta. Como de
todas maneras era casi de noche, Rebeca y Ardilla decidieron parar
para dormir.
Rebeca voló entre
los arbustos y regresó con algunas bayas, que empujó a través de
los orificios de la visera del caballero. Ardilla fue a un arroyo
cercano y llenó algunas cáscaras de nuez con agua, que el caballero
bebió con la pajita que Merlín le había proporcionado. Demasiado
agotado como ara esperar a que Ardilla le preparara más nueces, se
quedó dormido.
Ala mañana siguiente
le despertó el sol cayendo sobre sus ojos. La luminosidad le
molestaba. Su visera nunca había dejado pasar tanta luz. Mientras
intentaba entender este fenómeno, se dio cuenta de que Ardilla y
Rebeca le estaban observando, al tiempo que parloteaban y arrullaban
con excitación. Hizo un esfuerzo por sentarse y, de repente, se dio
cuenta de que podía ver mucho más que el día anterior, y que podía
sentir la fresca brisa en sus mejillas.
¡Una parte de su
visera se había roto y se había caído!
“¿Cómo habrá
sucedido?”, se preguntó.
Ardilla contestó a
la pregunta que él no había formulado en voz alta.
-Se ha oxidado y se
ha caído.
-Pero ¿Cómo? -
preguntó el caballero.
-Por las lágrimas
que derramasteis después de ver la carta en blanco de vuestro hijo
- dijo Rebeca.
El caballero meditó
sobre esto. La pena que había sentido era tan profunda que su
armadura no había podido protegerle. Al contrario, sus lágrimas
habían comenzado a deshacer el acero que le rodeaba.
-¡Esto es! Gritó -
¡Las lágrimas de auténticos sentimientos me liberarán de la
armadura!
Se puso de pie más
rápido de lo que había hecho en años.
-¡Ardilla! ¡Rebeca!
- gritó -¡Espabilad! ¡Vamos al Sendero de la Verdad!
Rebeca y Ardilla
estaban tan llenas de alegría con lo que estaba sucediéndole al
caballero que no le dijeron que su rima era malísima. Los tres
continuaron la ascensión de la montaña. Era un día muy especial
para el caballero. Notó las diminutas partículas iluminadas por el
sol que flotaban en el aire, filtrándose a través de las ramas de
los árboles. Miró con detenimiento las caras de algunos petirrojos
y vio que no eran todas iguales. Le comentó eso a Rebeca, que dio
pequeños saltitos, arrullando alegremente.
- Estáis empezando a
ver las diferencias en otras formas de vida porque estáis empezando
a ver las diferencias en vuestro interior.
El caballero intentó
comprender qué quería decir Rebeca exactamente. Era demasiado
orgulloso para preguntar, pues todavía pensaba que un caballero
tenía que ser más listo que una paloma.
En ese preciso
momento, Ardilla, que había ido a explorar, regresaba alborotada.
-El Castillo del
Silencio está justo detrás de la próxima subida.
Emocionado ante la
idea de ver el Castillo, el caballero apuró el paso. Llegó a la
cima del monte sin aliento. Era verdad, el castillo se veía a lo
lejos, bloqueando el sendero por completo. El caballero les confesó
a Ardilla y Rebeca que estaba decepcionado. Había esperado una
estructura más elegante. En lugar de eso, el Castillo del Silencio
parecía uno más.
Rebeca rió y dijo:
-Cuando aprendáis a
aceptar en lugar de esperar, tendréis menos decepciones.
El caballero asintió
ante la sabiduría de estas palabras.
-He pasado casi toda
mi vida decepcionándome. Recuerdo que, estando en la cuna, pensaba
que era el bebé más bonito del mundo. Entonces mi niñera me
miró y dijo: “Tenéis una cara que sólo una madre puede amar”.
Me sentí decepcionado por ser feo en lugar de hermoso, y me
decepcionó que la niñera fuera tan poco amable.
-Si realmente os
hubierais sentido hermoso, no os hubiera importado lo que ella dijo.
No os hubierais sentido decepcionado - explicó Ardilla.
Esto tenía sentido
para el caballero.
-Estoy empezando a
pensar que los animales son más listos que las personas.
-El hecho de que
podáis decir eso os hace tan listo como nosotros – replicó
Ardilla.
-No creo que todo
esto tenga nada que ver con ser listo - dijo Rebeca – Los animales
aceptan los humanos esperan. Nunca oiréis a un conejo decir:
“Espero que el sol salga esta mañana para poder ir al lago a
jugar”. Si el sol no sale, no le estropeará el día al conejo. Es
feliz siendo un conejo.
El caballero pensó
en esto. No recordaba a ninguna persona que fuera feliz simplemente
por ser una persona.
Al poco rato llegaron
a la puerta del enorme castillo. El caballero cogió la llave dorada
de su cuello y la introdujo en la cerradura. Y mientras abría la
puerta, Rebeca le dijo:
-Nosotras no iremos
contigo.
El caballero, que
estaba empezando a amar y a confiar en los animales, se sintió
decepcionado por qué no le acompañaran. Estaba a punto de decirlo,
cuando se dio cuenta. Estaba esperando otra vez.
Los animales sabían
que el caballero dudaba entre entrar o no en el castillo.
-Os podemos mostrar
la puerta - dijo Ardilla, pero tendréis que entrar solo.
Al alejarse volando,
Rebeca le llamó alegremente.
-Nos encontraremos al
otro lado.
EL CASTILLO DEL
SILENCIO
Abandonado a su
suerte, el caballero asomó la cabeza con precaución por la puerta
del castillo. Las rodillas te temblaban ligeramente, por lo que
producía un ruido metálico a causa de su armadura. Como no quería
parecer una gallina frente a una paloma, en caso de que Rebeca
pudiera verle, reunió fuerzas y entró valientemente, cerrando la
puerta a sus espaldas.
Po run momento deseó
no haber dejado atrás su espada, pero Merlín le había prometido
que no tendría que matar dragones, y el caballero confiaba en el
mago.
Entró en la enorme
antesala del castillo y miró a su alrededor. Sólo vio el fuego que
ardía en una enorme chimenea de piedra en uno de los muros y tres
alfombras en el suelo. Se sentó en la alfombra más cercana al
fuego.
El caballero pronto
se dio cuenta de dos cosas: primero, parecía no haber ninguna puerta
que lo condujera fuera de la habitación, hacia otras áreas del
castillo. Segundo, había un extraordinario y aterrador silencio. Se
sobresaltó al notar que el fuego ni siquiera chasqueaba. El
caballero pensaba que su castillo era silencioso, especialmente en
las épocas en que Julieta no le hablaba durante días, pero aquello
no era nada comparado con esto. El Castillo del Silencio hacia honor
a su nombre, pensó. Jamás en su vida se había sentido tan solo.
De repente, el
caballero se sobresaltó por el sonido de una voz familiar a sus
espaldas.
-Hola caballero.
El caballero se giró
y se sorprendió al ver al rey aproximarse desde una esquina lejana
de la habitación.
-¡Rey!- dijo con la
voz entrecortada - Ni siquiera os había visto. ¿Qué estáis
haciendo aquí?
-Lo mismo que vos,
caballero: buscando la puerta.
El caballero miró a
su alrededor otra vez.
-No veo ninguna
puerta.
-Uno no puede ver
realmente hasta que comprende - dijo el Rey – Cuando comprendáis
lo que hay en esta habitación, podréis ver la puerta que conduce a
la siguiente.
-Definitivamente, eso
espero, rey - dijo el caballero - Me sorprende veros aquí. Había
oído que estabais en una cruzada.
-Eso es lo que dicen
siempre que viajo por el Sendero de la Verdad - explicó el rey - Mis
súbditos lo entienden mejor así.
El caballero parecía
perplejo.
-Todo el mundo
entiende las cruzadas -dijo el rey - pero muy pocos comprenden
la Verdad.
-Sí - asintió el
caballero - Yo mismo no estaría en este Sendero si no estuviera
atrapado en esta armadura.
-La mayoría de la
gente está atrapada en su armadura - declaró el rey.
-¿Qué queréis
decir? - preguntó el caballero.
-Ponemos barreras
para protegernos de quienes creemos que somos. Luego un día quedamos
atrapados tras las barreras y ya no podemos salir.
-Nunca pensé que vos
estuvierais atrapado, rey. Sois tan sabio... dijo el caballero.
El rey soltó una
carcajada.
-Soy lo
suficientemente sabio como para saber cuándo estoy atrapado, y
también para regresar aquí para aprender más de mí mismo.
El caballero estaba
entusiasmado, pensando que quizás el rey podría mostrarle el
camino.
-Decidme - dijo el
caballero, su rostro iluminado - ¿podríamos atravesar el castillo
juntos? Así no sería tan solitario.
El rey negó con la
cabeza.
-Una vez lo intenté.
Es verdad que mis compañeros y yo no nos sentíamos solos porque
hablábamos constantemente, pero cuando uno habla es imposible ver la
puerta de salida de esta habitación.
-Quizá podríamos
limitarnos a caminar juntos, sin hablar - sugirió el caballero. No
le apetecía mucho tener que caminar solo por el Castillo del
Silencio.
El rey volvió a
negar con la cabeza, esta vez con más fuerza.
-No, también lo
intenté. Hizo que el vacío fuera menos doloroso, pero tampoco pude
ver la puerta de salida.
El caballero
protestó.
-Pero si no estabais
hablando...
-Permanecer en
silencio es algo más que no hablar - dijo el rey - Descubrí que,
cuando estaba con alguien, mostraba sólo mi mejor imagen. No dejaba
caer mis barreras, de manera que ni yo ni la otra persona podíamos
ver lo que yo intentaba esconder.
-No lo capto - dijo
el caballero.
-Lo comprenderéis -
replicó el rey - cuando hayáis permanecido aquí el tiempo
suficiente. Uno debe estar solo para poder dejar caer su armadura.
El caballero estaba
desesperado.
-¡No quiero quedarme
aquí solo! -exclamó, golpeando el suelo con el pie, y
dejándolo caer involuntariamente sobre el pie del rey.
El rey gritó de
dolor y comenzó a dar saltos.
¡El caballero estaba
horrorizado! Primero al herrero; ahora al rey.
-Perdonad, señor -
dijo, disculpándose.
El rey se acarició
el pie con suavidad.
-Oh, bueno. Esa
armadura os hace más daño a vos que a mí - luego, miró al
caballero con expresión sabia -. Comprendo que no queráis quedaros
solo en el castillo. Yo tampoco deseaba las primeras veces que estuve
aquí, pero ahora me doy cuenta de que lo que uno ha de hacer aquí,
lo ha de hacer solo – Dicho esto, se alejó cojeando al tiempo que
decía -: Ahora debo irme.
Perplejo, el
caballero preguntó:
-¿A dónde vais? La
puerta está por aquí.
-Esa puerta es sólo
de entrada. La puerta que lleva a la siguiente habitación está en
la pared más lejana. La vi, por fin, cuando vos entrabais - dijo el
rey.
-¿Qué queréis
decir con que por fin la visteis? ¿No recordabais dónde estaba, de
las otras veces que estuvisteis aquí? - preguntó el caballero, sin
comprender por qué el rey continuaba viniendo.
-Uno nunca acaba de
viajar por el Sendero de la Verdad. Cada vez que vengo, a medida que
voy comprendiendo cada vez más, encuentro nuevas puertas - el rey se
despidió con la mano - Trataos bien, buen amigo.
-¡Aguardad, por
favor ! - le suplicó el caballero.
El rey se volvió y
le miró con compasión.
-¿Sí?
El caballero, que no
podía hacer que tambalease la resolución del rey, pidió:
-¿Hay algún consejo
que me podáis dar antes de iros?.
El rey lo pensó por
un momento, luego respondió:
-Esto es un nuevo
tipo de cruzada para vos, querido caballero: una que requiere más
coraje que todas las otras batallas que habéis conocido antes. Si
lográis reunir las fuerzas necesarias y quedaros para hacer lo que
tenéis que hacer aquí será vuestra mayor victoria.
Dicho esto, el rey se
giró y, estirando el brazo como para abrir una puerta, desapareció
en la pared, dejando al caballero mirando con incredulidad.
El caballero corrió
al sitio donde había estado el rey, esperando que, de cerca, también
podría ver la puerta. Al encontrar tan sólo lo que parecía ser una
pared sólida, comenzó a caminar por toda la habitación. Lo único
que el caballero podía oír era el sonido de su armadura resonando
por todo el castillo.
Después de un rato,
se sentía más deprimido que nunca. Para animarse, cantó un par de
canciones de batalla: Estaré contigo para llevarte a una Cruzada,
cariño y Dondequiera que deje mi yelmo, es mi casa. Las cantó una y
otra vez.
A medida que su voz
se fue cansando, la quietud comenzó a ahogar su canto, envolviéndolo
en el silencio más absoluto. Sólo entonces pudo el caballero
admitir francamente algo que ya sabía: tenía miedo a estar solo.
En ese momento, vio
una puerta en la pared más lejana de la habitación. Fue hasta ella,
la abrió lentamente y entró en otra habitación. Esta otra sala se
parecía mucho a la anterior, sólo que era más pequeña. También
ésta estaba vacía de todo sonido.
Para pasar el tiempo,
el caballero, comenzó a hablar consigo mismo. Decía cualquier cosa
que le venía a la mente. Habló de cómo era de pequeño y de qué
manera era diferente de los otros niños que conocía. Mientras
cazaban codornices y jugaban a “Ponle la cola al burro”, él se
quedaba en casa y leía. Como en aquel entonces los libros eran
manuscritos de los monjes, había pocos y, muy pronto, los hubo leído
todos. Fue entonces cuando comenzó a hablar con todo aquel que
pasaba delante de él. Cuando no había con quién hablar, hablaba
consigo mismo, igual que ahora.
Se encontró diciendo
que había hablado tanto durante toda su vida para evitar sentirse
solo.
El caballero pensó
profundamente sobre esto hasta que el sonido de su propia voz rompió
el aterrador silencio.
-Supongo que siempre
he tenido miedo de estar solo.
Mientras pronunciaba
estas palabras, otra puerta se hizo visible. El caballero la abrió y
entró en la siguiente habitación. Era más pequeña aún que la
anterior.
Se sentó en el suelo
y continuó pensando. Al poco rato, le vino el pensamiento de que
toda su vida había perdido el tiempo hablando de lo que había hecho
y de lo que iba a hacer. Nunca había disfrutado de lo que pasaba en
el momento. Y entonces apareció otra puerta. Llevaba a una
habitación aún más pequeña que las anteriores.
Animado por su
progreso, el caballero hizo algo que nunca antes había hecho. Se
quedó quieto y escuchó el silencio. Se di cuenta de que,
durante la mayor parte de su vida, no había escuchado realmente a
nadie ni a nada. El sonido del viento, de la lluvia, el sonido del
agua que corre por los arroyos, habían estado siempre ahí, pero en
realidad nunca los había oído. Tampoco había oído a Julieta,
cuando ella intentaba decirlo cómo se sentía; especialmente cuando
estaba triste. Le hacía recordar que él también estaba triste. De
hecho, una de las razones por las que había decidido dejarse la
armadura puesta todo el tiempo era porque así ahogaba la triste voz
de Julieta. Todo lo que tenía que hacer era bajar la visera y ya no
la oía.
Julieta debía de
haberse sentido muy sola hablando con un hombre envuelto en acero;
tan sola como él se había sentido en esta lúgubre habitación. Su
propio dolor y su soledad afloraron. Comenzó a sentir el dolor y la
soledad de Julieta también. Durante años, la había obligado a
vivir en un castillo de silencio. Se puso a llorar.
El caballero lloró
tanto que las lágrimas se derramaron por los agujeros de la visera y
empaparon la alfombra que había debajo de él. Las lágrimas
fluyeron hacia la chimenea y apagaron el fuego. En realidad, toda la
habitación había empezado a inundarse, y el caballero se hubiera
ahogado si no fuera porque en ese preciso instante apareció otra
puerta.
Aunque estaba
exhausto por el diluvio, se arrastró hasta la puerta, la abrió y
entró en una habitación que no era mucho más grande que el establo
de su caballo.
-Me pregunto por qué
las habitaciones son cada vez más pequeñas - dijo en voz alta.
Una voz replicó:
-Porque os estáis
acercando a vos mismo.
Sobresaltado, el
caballero miró a su alrededor. Estaba solo, o eso había creído.
¿Quién había hablado?
-Tú has hablado -
dijo la voz como respuesta a su pensamiento.
La voz parecía venir
de dentro de sí mismo. ¿Eso era posible?
-Sí, es posible -
respondió la voz - Soy tu verdadero yo.
-Pero si yo soy mi yo
verdadero. Protestó el caballero.
-Mírate - pronunció
la voz con ligera aversión. Ahí sentado medio muerto, dentro de ese
montón de lata, con la visera oxidada y la barba hecha una sopa. Si
tú eres tu verdadero yo, ¡los dos estamos con problemas!
-Ahora óyeme tú a
mí - dijo el caballero - He vivido todos estos años sin oír una
palabra sobre ti. Ahora que oigo, lo primero que me dices es que tú
eres mi verdadero yo. ¿Por qué no me habías hablado antes?
-He estado aquí
durante años - replicó la voz - pero ésta es la primera vez que
estás lo suficientemente silencioso como para oírme.
El caballero dudó.
-Si tú eres mi
verdadero yo, entonces, por favor, dime ¿quién soy yo?
La voz replicó
amablemente.
-No puedes pretender
aprender todo de golpe. ¿Por qué no te vas a dormir?
-Está bien - dijo el
caballero - pero antes, quiero saber cómo debo llamarte.
-¿Llamarme?-
preguntó la voz, perpleja - Pero si yo soy tú.
-No puedo llamarte
yo. Me confunde.
-Está bien. Llámame
Sam.
-¿Por qué Sam?
-¿Y por qué no? -
fue la respuesta.
-Tienes que conocer a
Merlín - dijo el caballero, empezando a cabecear de cansancio. Luego
se le cerraron los ojos mientras se sumergía en un profundo y dulce
sueño.
Cuando despertó, no
sabía dónde estaba. Tan sólo era consciente de sí mismo. El resto
del mundo parecía haberse desvanecido. A medida que se fue
despertando, el caballero se fue dando cuenta de que Ardilla y Rebeca
estaban sentadas sobre su pecho.
-¿Cómo habéis
entrado aquí? - preguntó.
Ardilla rió.
-No estamos ahí.
-Vos estáis aquí -
arrulló Rebeca.
El caballero abrió
más los ojos y se sentó. Miró a su alrededor sorprendido. Sin
lugar a dudas, se encontraba sentado sobre el Sendero de la Verdad,
al otro lado del Castillo del Silencio.
-¿Cómo salí de
allí? - preguntó.
Rebeca le respondió:
-De la única manera
posible, pensando.
-Lo último que
recuerdo - dijo el caballero - es que estaba sentado hablando con...
- Aquí se detuvo. Quería contarles a Rebeca y Ardilla acerca de
Sam, pero no era fácil de explicar. Además, podía habérselo
imaginado todo. Tenía mucho que pensar. El caballero se rascó la
cabeza, pero tardó un momento en darse cuenta de que en realidad
estaba rascando su propia piel. Se llevó las dos manos envueltas en
acero a la cabeza. ¡Su yelmo había desaparecido! Se tocó la cara y
la larga barba -¡Ardilla! ¡Rebeca! - gritó.
-Ya lo sabemos -
dijeron en un alegre unísono - Habéis debido llorar otra vez en el
Castillo del Silencio.
-Lo hice - replicó
el caballero - Pero, ¡cómo puede haberse oxidado todo un yelmo en
una noche?
Los animales rieron
con estrépito. Rebeca yacía sin aliento, dando aletazos contra el
suelo. Al caballero le pareció que estaba fuera de sus pajarillos.
Exigió que le hicieran saber qué era tan gracioso.
Ardilla fue la
primera en recuperar el aliento.
-No estuvisteis sólo
una noche en el castillo.
-Entonces , ¿durante
cuánto tiempo?
-¿Y si os dijera que
mientras estabais ahí dentro pude haber recogido fácilmente más de
cinco mil nueces?
-¡Diría que estáis
loca! - exclamó el caballero.
-Pues permanecisteis
en el castillo durante mucho, muchísimo tiempo – afirmó Rebeca.
El caballero dejó
caer la mandíbula incrédulo. Miró hacia el cielo y, con una
resonante voz, dijo:
-Merlín, debo hablar
con vos.
Como había
prometido, el mago apareció inmediatamente. Iba desnudo, a excepción
de su larga barba y estaba completamente mojado. Parecía que el
caballero le había cogido mientras tomaba un baño.
-Lamento la intrusión
- dijo el caballero - pero era una urgencia. YO...
-No hay problema -
dijo Merlín, interrumpiéndolo - Los magos somos molestados a
menudo.- Se sacudió el agua de la barba - Respondiendo a vuestra
pregunta, he de deciros que es verdad. Permanecisteis en el Castillo
del Silencio por un largo tiempo.
Merlín no dejaba de
sorprender al caballero.
-¿Cómo sabíais lo
que quería preguntaros?
-Como me conozco,
puedo conoceros. Somos todos parte el uno del otro.
El caballero pensó
un momento.
-Estoy empezando a
entender. ¿He podido comprender el dolor de Julieta porque soy parte
de ella?
-Sí - respondió
Merlín - Por eso pudisteis llorar por ella y por vos mismo. Fue la
primera vez que derramasteis lágrimas por otra persona.
El caballero le dijo
a Merlín que se sentía orgulloso. El mago sonrió indulgente.
-Uno no debe sentirse
orgulloso por ser humano. Tiene tan poco sentido como que Rebeca se
sintiera orgullosa por poder volar. Rebeca nació con alas. Vos
nacisteis con un corazón, y ahora lo estáis utilizando, como es
natural.
-Realmente sabéis
cómo desanimar a un amigo, Merlín.
-No era mi intención
ser duro con vos. Lo estáis haciendo bien, de no ser así, no
hubierais conocido a Sam.
El caballero se
sintió aliviado.
-Entonces, ¿lo oí
realmente? ¿No fue sólo mi imaginación?
Merlín soltó una
risita ahogada.
-No, Sam es real. De
hecho, es un yo más real que el que habéis estado llamando yo
durante estos años. No os estáis volviendo loco. Simplemente,
estáis empezando a oír a vuestro yo verdadero. Por esta razón el
tiempo transcurrió sin que os dierais cuenta.
-No lo comprendo -
dijo el caballero.
-Comprenderéis
cuando hayáis pasado por el Castillo del Conocimiento.
Antes de que el
caballero pudiera hacer más preguntas, Merlín desapareció.
EL CASTILLO DEL
CONOCIMIENTO
El caballero, Ardilla
y Rebeca continuaron el viaje por el Sendero de la Verdad, en
dirección al Castillo del Conocimiento. Se detuvieron tan sólo dos
veces ese día, una para comer y otra para que el caballero afeitara
su escuálida barba y cortara su largo cabello con el borde afilado
del guantelete. Una vez hecho esto, el caballero tuvo mejor aspecto y
se sintió mucho mejor, más libre que antes. Sin el yelmo podía
comer nueces sin la ayuda de Ardilla. Aunque había apreciado la
técnica salvavidas, no consideraba que aquello fuera un modo de vida
realmente elegante. Se podía alimentar también de frutas y raíces
a las que se había acostumbrado. Nunca más comería paloma ni
ninguna otra ave o carne, pues se daba cuenta que hacerlo sería,
literalmente, como comerse a sus amigos.
Justo antes de caer
la noche, el trío continuó caminando penosamente por un monte y
contempló el Castillo del Conocimiento en la distancia. Era más
grande que el Castillo del Silencio, y la puerta era de oro sólido.
Era el castillo más grande que el caballero hubiera visto jamás,
incluso más grande que el que el caballero se había construido. El
caballero contempló la impresionante estructura y se preguntó quién
lo habría diseñado.
En ese preciso
momento, sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Sam.
-El Castillo del
Conocimiento fue diseñado por el propio universo: la fuente de todo
conocimiento.
El caballero se
sintió sorprendido y a la vez complacido de volver a oír la voz de
Sam.
-Me alegro que hayas
vuelto – dijo
-En realidad, nunca
me fui - replicó Sam - recuerda que yo soy tú.
-Por favor, no quiero
volver a oír eso. ¿Qué te parezco ahora que me he afeitado y me he
cortado el pelo?
-Es la primera vez
que sacas provecho de ser esquilado - replicó Sam.
El caballero rió con
la broma de Sam. Le gustaba su sentido del humor. Si el Castillo del
Conocimiento se asemejaba al Castillo del Silencio, estaría feliz de
tener a Sam por compañía.
El caballero, Rebeca
y Ardilla cruzaron el puente levadizo por encima del foso y se
detuvieron ante la dorada puerta. El caballero cogió la llave que
colgaba de su cuello e hizo girar la cerradura. Al abrir la puerta,
le preguntó a Rebeca ya Ardilla si se irían como lo habían hecho
en el Castillo del Silencio.
-No - replicó
Ardilla - El silencio es para uno; el conocimiento es para todos.
El caballero se
preguntó cómo era posible que se considerara a una paloma un blanco
fácil.
Los tres atravesaron
la puerta y penetraron en una oscuridad tan densa que el caballero no
podía ver ni su propia mano. El caballero buscó a tientas las
acostumbradas antorchas que suelen estar en la entrada de los
castillos, pero no había ninguna. ¿Un castillo con puerta de oro y
sin antorchas?
-Incluso los
castillos de la zona barata tienen antorchas - refunfuñó el
caballero al tiempo que Ardilla lo llamaba.
El caballero tanteó
el camino hasta donde se encontraba ella y vio que estaba señalando
una inscripción que brillaba en la pared. Ponía: El conocimiento es
la luz que iluminará vuestro camino.
“Prefería una
antorcha”, pensó el caballero, “quien quiera que sea el que
gestiona este castillo, está decidido a reducir las facturas de la
luz!
Sam habló:
-Significa que
cuantas más cosas sepas, más luz habrá en el interior del
castillo.
-¡Apuesto a que
tienes razón, Sam! - exclamó el caballero. Y un rayo de luz se
filtró en la habitación.
En ese preciso
momento, Ardilla volvió a llamar al caballero para que se reuniera
con ella. Había encontrado otra brillante inscripción grabada en la
pared:
¿Habéis confundido
la necesidad con el amor?
Todavía perturbado,
el caballero masculló:
-Supongo que tengo
que encontrar la respuesta para conseguir un poco más de luz.
-Lo estas cogiendo
rápidamente - replicó Sam, a lo que el caballero respondió
bufando:
-No tengo tiempo para
jugar a Preguntas y Respuestas. ¡Quiero encontrar mi camino por el
castillo para poder llegar pronto a la cima de la montaña!
-Tal vez lo que
tengáis que aprender aquí sea que tenéis todo el tiempo del mundo
- sugirió Rebeca.
El caballero no
estaba de un ánimo muy receptivo y no tenía ganas de oír su
filosofía. Por un momento consideró la posibilidad de internarse en
la oscuridad del castillo e intentar atravesarlo. La negrura, sin
embargo, era bastante intimidatoria y, sin su espada, se sentía
temeroso. Le pareció que la única alternativa que le quedaba era
intentar descifrar el significado de la inscripción. Suspiró y se
sentó ante ella. La leyó otra vez;” Habéis confundido la
necesidad con el amor?”
El caballero sabía
que amaba a Julieta y a Cristóbal, aunque tenía que admitir que
había amado más a Julieta antes de que le diera por ponerse bajo
los toneles devino y vaciar su contenido en su boca.
San dijo:
-Sí, amabais a
Julieta y a Cristóbal, pero, ¿no los necesitabais también?
-Supongo que si -
admitió el caballero.
Había necesitado
toda la belleza que Julieta le añadía a su vida con su inteligencia
y su encantadora poesía. También había necesitado las cosas
agradables que ella solía hacer, como invitar amigos para que lo
animaran, después de que se quedara atrapado en su armadura.
Se acordó de las
épocas en las que el asunto de la caballería había estado bajo
mínimos y no se podían permitir comprar ropa nueva o contratar
sirvientes. Julieta había confeccionado hermosos vestidos para la
familia y había preparado deliciosos platos para el caballero y sus
amigos. El caballero reconoció que Julieta había mantenido siempre
el castillo muy limpio. Y él le había dado muchos castillos para
limpiar. A menudo habían tenido que mudarse a un castillo más
barato cuando él había regresado de las cruzadas sin un chavo.
Había dejado que Julieta hiciera casi todas las mudanzas ella sola,
pues él solía estar siempre en algún torneo. Recordó su aspecto
agotado mientras llevaba sus pertenencias de un castillo a otro, y
cómo se había puesto cuando se vio imposibilitada de tocarlo a
causa de la armadura.
-¿No fue entonces
cuando Julieta comenzó a ponerse bajo los toneles de vino? -preguntó
Sam suavemente.
El caballero asintió,
y las lágrimas brotaron de sus ojos. Después, se le ocurrió algo
espantoso: no había querido culparse de las cosas que hacía. Había
preferido culpar a Julieta por todo el vino que bebía. De hecho, le
venía bien que ella bebiera, así podía decir que todo era por su
culpa, incluyendo el hecho de que él estuviera atrapado en la
armadura.
Amedida que el
caballero se iba dando cuenta de lo injusto que había sido
conJulieta, las lágrimas iban cayendo por sus mejillas. Si, la había
necesitadomás de lo que la había amado. Deseó haberla necesitado
menos y amado más, perono había sabido como hacerlo.
Mientras continuaba
llorando, le vino a la cabeza que también había necesitado a
Cristóbal más de lo que le había amado. Un caballero necesitaba un
hijo para que partiera a las batallas y luchara en nombre de su padre
cuando éste se hiciera mayor. Esto no quería decir que el caballero
no amara a Cristóbal, pues amaba la belleza de su hijo. También
disfrutaba oyéndole decir: “Te quiero papá!, pero, así como
había amado estas cosas de Cristóbal, también respondía a una
necesidad suya.
Un pensamiento le
vino a la mente como un relámpago: ¡Había necesitado el amor de
Julieta y Cristóbal porque no se amaba a sí mismo! De hecho, había
necesitado el amor de todas las damiselas que había rescatado y de
toda la gente por la que había luchado en las cruzadas porque no se
amaba a sí mismo.
El caballero lloró
aún más al darse cuenta de que si no se amaba, no podía amar
realmente a otros. Su necesidad de ellos se interpondría.
Al admitir esto, una
hermosa y resplandeciente luz brilló a su alrededor, ah ídonde
antes había habido oscuridad. Una mano se posó suavemente sobre su
hombro. Miró a través de sus lágrimas y vio a Merlín que le
sonreía.
-Habéis descubierto
una gran verdad - le dijo el mago al caballero - Sólo podéis amar a
otros en la medida en que os amáis a vos mismo.
- ¿Y cómo hago para
empezar a amarme? - preguntó el caballero.
-Ya habéis empezado,
al saber lo que ahora sabéis - dijo Merlín.
-Sé que soy un tonto
- sollozó el caballero.
-No, conocéis la
verdad, y la verdad es amor.
Esto consoló al
caballero, que dejó de llorar. A medida que sus lágrimas se fueron
secando, fue notando la luz que había a su alrededor. Era distinta
de cualquier luz que hubiera visto antes.
Parecían venir de
ningún lugar, y de todos los lugares a la vez.
Merlín hizo eco del
pensamiento del caballero:
-No hay nada más
hermoso que la luz del conocimiento.
El caballero miró la
luz que le rodeaba y luego hacia la lejana oscuridad.
-Para vos no hay
oscuridad en este castillo, ¿no es verdad?
-No - replicó Merlín
- Ya no.
Animado, el caballero
se puso de pie, listo para continuar. Le agradeció a Merlín por
haber aparecido incluso sin haber sido llamado.
-Está bien - dijo el
mago - Uno no siempre sabe cuándo pedir ayuda.
Y, dicho esto,
desapareció.
Cuando el caballero
se dispuso a continuar, Rebeca apareció volando desde la oscuridad.
¡Escuchad! - dijo
toda emocionada - ¡Esperad a ver lo que voy a mostraros!
El caballero nunca
había visto a Rebeca tan excitada. Normalmente, era más bien
tranquila, pero ahora no dejaba de dar saltos sobre su hombro, sin
poder contenerse mientras guiaba al caballero y a Ardilla hacia un
gran espejo.
- ¡Es eso! ¡Es
eso! - gorjeó en voz alta, los ojos brillando de entusiasmo.
El caballero tuvo una
decepción.
-Es sólo un viejo
espejo - dijo impaciente - Vamos, pongámonos en marcha.
-No es un espejo
corriente - insistió rebeca - No refleja tu aspecto. Refleja cómo
eres de verdad.
El caballero estaba
intrigado, pero no entusiasmado. Nunca le habían importado mucho los
espejos porque nunca se había considerado muy guapo. Pero Rebeca
insistió, así que, de mala gana, se colocó ante el espejo y
contempló su reflejo. Para su gran sorpresa, en lugar de un hombre
alto con ojos tristes y nariz grande, con una armadura hasta el
cuello, vio a una persona encantadora y vital, cuyos ojos brillaban
con amor y compasión.
- ¿Quién es? -
preguntó
Ardilla respondió:
-Sois vos.
-Este espejo es un
fantasma - dijo el caballero - Yo no soy así.
-Estáis viendo a
vuestro yo verdadero - explicó Sam - el yo que vive bajo esa
armadura.
-Pero - protestó el
caballero, contemplándose con atención en el espejo - ese hombre es
un espécimen perfecto. Y su rostro está lleno de inocencia y de
belleza.
-Ése es su potencial
- le respondió Sam - ser hermoso, inocente y perfecto.
-Si ése es mi
potencial - dijo el caballero - algo terrible sucedió en el camino.
-Sí - replicó Sam -
pusiste una armadura invisible entre tú y tus verdaderos
sentimientos. Ha estado ahí durante tanto tiempo que se ha hecho
visible y permanente.
-Quizá sí escondí
mis sentimientos - dijo el caballero - Pero no podía decir
simplemente todo lo que se me pasaba por la cabeza y hacer todo lo
que me apetecía. Nadie me hubiera querido. - El caballero se detuvo
al pronunciar estas palabras, pues se dio cuenta que se había pasado
la vida intentando agradar a la gente. Pensó en todas las cruzadas
en las que había luchado, los dragones que había matado, y en las
damiselas en apuros que había rescatado: todo para demostrar que era
bueno, generoso y amoroso. En realidad, no tenía que demostrar nada.
Era bueno, generoso y amoroso.
- ¡Jabalinas
saltarinas! - exclamó - ¡He desperdiciado toda mi vida!
-NO - dijo Sam,
rápidamente - No la has desperdiciado. Necesitabas tiempo para
aprender todo lo que has aprendido.
-Todavía tengo ganas
de llorar - dijo el caballero.
-Pues, eso sí sería
un desperdicio - dijo Sam. Acto seguido, entonó esta canción.
“Las lágrimas de
autocompasión no te pueden ayudar. No son del tipo que a tú
armadura puedan eliminar”
El caballero no
estaba de humor para apreciar ni la canción ni el humor de Sam.
-Deja ya esas pesadas
rimas, o te echaré fuera - chilló.
-No me puedes echar -
rio Sam - Yo soy tú. ¿No lo recuerdas?
En ese momento, el
caballero se hubiera pegado un tiro gustoso con tal de librarse de
Sam, más, por fortuna, aún no habían inventado las armas de fuego.
Aparentemente, no había manera de librarse de Sam.
El caballero se miró
al espejo otra vez. La amabilidad, la compasión, el amor, la
inteligencia y la generosidad le devolvieron la mirada. Se dio cuenta
de que todo lo que tenía que hacer para tener todas esas cualidades
era reclamarlas, pues siempre habían estado ahí.
Ante este
pensamiento, la hermosa luz brilló una vez más, con más fuerza que
antes. Iluminó toda la habitación revelando, para sorpresa del
caballero, que el castillo tenía tan sólo una gigantesca
habitación.
-Es la construcción
estándar para un Castillo del Conocimiento - dijo Sam.
-El verdadero
Conocimiento no se divide en compartimientos porque todo procede de
una única verdad.
El caballero asintió.
Estaba listo para partir justo cuando Ardilla se acercó corriendo.
-Este castillo tiene
un patio con un gran manzano en el centro.
-Oh, llévame a él -
pidió el caballero ansioso, pues empezaba a tener hambre.
El caballero y Rebeca
siguieron a Ardilla hasta el patio. Las robustas ramas del árbol se
torcían por el peso de las manzanas más brillantes y rojas que el
caballero hubiera visto jamás.
- ¿Te gustan las
manzanas? - preguntó Sam.
El caballero se
encontró riendo. Luego notó una inscripción grabada en una losa
junto al árbol:
Presta fruta impongo
condición, pero ahora aprenderéis acerca de la ambición.
El caballero
reflexionó sobre esto, pero, con franqueza, no tenía ni idea de lo
que significaba. Finalmente, decidió olvidarlo.
-Si lo haces, no
saldremos de aquí - dijo Sam.
El caballero gruñó.
-Estas inscripciones
son cada vez más difíciles de entender.
-Nadie dijo que el
Castillo del Conocimiento fuera fácil - dijo Sam con firmeza.
El caballero suspiró,
cogió una manzana y se sentó bajo el árbol con Rebeca yardilla.
- ¿Vosotras lo
entendéis? - les preguntó.
Ardilla negó con la
cabeza.
El caballero miró a
Rebeca, que también negó con la cabeza.
-Pero lo que sí se -
dijo pensativa - es que no tengo ninguna ambición.
-Ni yo - intervino
Ardilla - y apuesto a que este árbol tampoco tiene ninguna.
- Tiene razón
- dijo Rebeca - Este árbol escomo nosotras. No tiene ambiciones.
Quizá vos no necesitéis ninguna.
-Esto está bien para
los animales y los árboles - dijo el caballero - Pero ¿quesería
una persona si no tiene ambición?
-Feliz - dijo Sam
-No, no lo creo.
-Todos estáis en lo
cierto - dijo una voz familiar.
El caballero se
volvió y vio a Merlín de pie, detrás de él y los animales. El
mago vestía su larga túnica blanca y llevaba un laúd.
-Estaba a punto de
llamaros, Merlín - dijo el caballero.
-Lo sé -
replicó el mago - Todo el mundo necesita ayuda para entender a un
árbol. Los árboles son felices simplemente siendo árboles, al
igual que Rebeca y Ardilla son felices siendo simplemente lo que son.
-Pero los humanos
somos distintos - protestó el caballero - tenemos mentes.
-Nosotros también
tenemos mentes - declaró Ardilla, un tanto ofendida.
-Lo siento. Es sólo
que los seres humanos tenemos mentes más complicadas que hacen que
deseemos ser mejores - explicó el caballero.
- ¿Mejores que qué?
- preguntó Merlín, tañendo ociosamente unas notas en su laúd.
-Mejores de lo que
somos - respondió el caballero.
-Nacéis hermosos,
inocentes y perfectos. ¿Qué podría ser mejor que eso? -demandó
Merlín.
-No, quiero decir que
queremos ser mejores de lo que pensamos que somos, y mejores que los
demás... ya sabéis, como yo, que siempre he querido ser el mejor
caballero del reino.
-Ah, si - admitió
Merlín - la ambición de vuestra complicada mente os llevó a
intentar demostrar que erais mejor que otros caballeros.
- ¿Y qué hay de
malo en ello? - preguntó el caballero a la defensiva.
- ¿Cómo podríais
ser mejor que otros caballeros si todos nacisteis tan inocentes
perfectos como erais?
-Al menos era feliz
intentándolo - replicó el caballero.
- ¿Lo erais? ¿O es
que estabais tan ocupado intentando serlo que no podíais disfrutar
del simple hecho de ser?
-Me estáis
confundiendo - musitó el caballero - Sé que las personas necesitan
tener ambición. Desean ser listas y tener bonitos castillos y poder
cambiar el caballo del año pasado por uno nuevo. Quieren progresar.
-Ahora estáis
hablando del deseo del hombre de enriquecerse; pero si una persona es
generosa, amorosa, compasiva, inteligente y altruista, ¿cómo podría
ser más rica?
-Esas riquezas no
sirven para comprar castillos y caballos - dijo el caballero.
-Es verdad -
Merlín esbozó una sonrisa -hay más de un tipo de riquezas, así
como hay más de un tipo de ambición.
-A mí me parece que
la ambición es la ambición. O deseas progresar o no lo deseas.
-Es más complicado
todo eso - respondió el mago - La ambición que proviene de lamente
te puede servir para conseguir bonitos castillos y buenos caballos.
Sin embargo, sólo la ambición que proviene del corazón puede
darte, además, la felicidad.
- ¿Qué es la
ambición del corazón? - le cuestionó el caballero.
-La ambición del
corazón es pura. No compite con nadie y no hace daño a nadie. De
hecho, le sirve a uno de tal manera que sirve a otros al mismo
tiempo.
- ¿Cómo? - preguntó
el caballero, esforzándose por comprender.
-Es aquí donde
podemos aprender del manzano. Se ha convertido en un árbol hermoso y
maduro, que da generosamente sus frutos a todos. Cuantas más
manzanas coge más gente - dijo Merlín - más crece el árbol y más
hermoso deviene. Este árbol hace exactamente lo que un manzano debe
hacer: desarrollar su potencial para beneficio de todos. Lo mismo
sucede con las personas que tienen ambiciones del corazón.
-Pero - objetó el
caballero - si me pasara el día regalando manzanas, no podría tener
un elegante castillo y no podría cambiar el caballo del año pasado
por uno nuevo.
-Vos, como la mayoría
de la gente, queréis poseer muchas cosas bonitas, pero es necesario
separar la necesidad de la codicia.
-Decidle eso a una
esposa que quiere un castillo en un mejor barrio - replicó mordaz el
caballero.
Una expresión
divertida se dibujó en el rostro de Merlín.
-Podríais vender
algunas de vuestras manzanas para pagar el castillo y el caballo.
Después podríais dar las manzanas que no necesitarais para que los
demás se alimentasen.
-Este mundo es más
fácil para los árboles que para las personas - dijo el caballero
filosóficamente.
-Es una cuestión de
percepción - dijo Merlín - Recibís la misma energía vital que el
árbol. Utilizáis la misma agua, el mismo aire y la misma nutrición
de latiera. Os aseguro que si aprendéis del árbol podréis dar
frutos y no tardaréis en tener todos los caballos y castillos que
deseáis.
- ¿Queréis decir
que podría conseguir todo lo que necesito simplemente quedándome
quieto en mi propio jardín? - preguntó el caballero.
Merlín rio.
-A los seres humanos
se les dio dos pies para que no tuvieran que permanecer en un mismo
lugar, pero si se quedaran quietos más a menudo para poder aceptar y
apreciar, en lugar de ir de aquí para allá intentando apoderarse de
todo lo que pueden, entenderían verdaderamente lo que es la ambición
del corazón.
El caballero
permaneció en silencio, reflexionando sobre las palabras de Merlín.
Estudió el manzano que florecía ante sus ojos. Observó a Ardilla,
a Rebeca y a Merlín. Ni el árbol ni los animales tenían ambición,
y la ambición de Merlín provenía sin duda de su corazón. Todos
permanecían sanos y felices; eran hermosos especímenes de la vida.
Después pensó en sí
mismo: escuálido y con una barba que empezaba a tener mal aspecto.
Estaba malnutrido, nervioso, y exhausto por tener que arrastrar su
pesada armadura. Había adquirido todo esto por su ambición mental,
y ahora comprendía que todo eso debía cambiar. La idea le inspiraba
temor, pero luego pensó que ya lo había perdido todo, así que ¿qué
más podía perder?
-A partir de este
momento, mis ambiciones vendrán del corazón - prometió el
caballero.
Mientras pronunciaba
estas palabras, el castillo y Merlín desaparecieron, y el caballero
se encontró otra vez en el Sendero de la Verdad, con Rebeca y
Ardilla. Junto al sendero se extendía un cabrilleaste arroyo.
Sediento, se arrodilló para beberse su agua y notó con sorpresa que
la armadura que cubría sus brazos y piernas se había oxidado y
caído. Su barba había crecido. Era evidente que el Castillo del
Conocimiento, al igual que el Castillo del Silencio, había jugado
con el tiempo.
El caballero
reflexionó sobre este extraño fenómeno y no tardó en darse cuenta
de que Merlín estaba en lo cierto. Decidió que era verdad, que el
tiempo transcurría con rapidez cuando uno se escuchaba a sí mismo.
Recordó cuántas veces el tiempo se había hecho eterno mientras él
esperaba que otras personas lo llenaran.
Ahora que todo lo que
quedaba de su armadura era el peto, el caballero se sintió más
ligero y más joven de lo que se había sentido en años. También
descubrió que nos había sentido tan bien consigo mismo desde hacía
mucho tiempo. Con el paso firme de un muchacho, partió hacia el
Castillo de la Voluntad y la Osadía con Rebeca volando sobre su
cabeza y Ardilla corriendo a sus pies.
Hacia el amanecer del
día siguiente, el inverosímil trío llegó al último castillo. Era
más alto que los otros y sus muros parecían más gruesos. Confiado
de que atravesaría velozmente este castillo, el caballero cruzó el
puente levadizo con los animales.
Cuando estaban a
medio camino se abrió de golpe la puerta del castillo y un enorme y
amenazador dragón, cubierto de relucientes escamas verdes, surgió
de su interior, echando fuego por la boca. Espantado, el caballero se
paró en seco.
Había visto muchos
dragones, pero éste no se parecía a ninguno. Era enorme, y las
llamas salían no sólo de su boca, como sucedía con cualquier
dragón común y corriente, sino también de sus ojos y oídos. Y,
por si eso fuera poco, las llamas eran azules, lo cual quería decir
que este dragón tenía un alto contenido de butano.
El caballero buscó
su espada, pero su mano no encontró nada. Comenzó a temblar. Con
una voz débil e irreconocible, el caballero pidió ayuda a Merlín,
más, para su desesperación, el mago no apareció.
- ¿Por qué no
viene? - preguntó ansiosamente, al tiempo que esquivaba una
llamarada azul del monstruo.
-No lo sé - replicó
Ardilla - Normalmente se puede contar con él.
Rebeca, sentada sobre
el hombre del caballero, ladeó la cabeza y escuchó con atención.
-Por lo que he podido
captar, Merlín está en París, asistiendo a una conferencia sobre
magos.
“Nome puede
abandonar ahora”, se dijo el caballero. “Me prometió que no
habría dragones en el Sendero de la Verdad”
-Se refería a
dragones comunes y corrientes - rugió el monstruo con una voz que
hizo temblar los árboles y que por poco hizo caer a Rebeca del
hombro del caballero.
La situación parecía
seria. Un dragón que podía leer las mentes era definitivamente lo
peor que se podía esperar, pero, de alguna manera, el caballero
logró dejar de temblar. Con la voz más fuerte y potente que pudo,
gritó:
- ¡Fuera de mi
camino, bombona de butano gigante!
La bestia bufó,
lanzando fuego en todas direcciones.
-Caramba, ¡qué
atrevido el gatito asustado!
El caballero, que no
sabía que más hacer, intentó ganar tiempo.
- ¿Qué haces en el
Castillo de la voluntad y la Osadía? - preguntó.
- ¿Hay algún sitio
mejor donde yo pueda vivir? - Soy el Dragón del Miedo y la Duda.
El caballero
reconoció que el nombre era muy acertado. Miedo y duda era
exactamente lo que sentía.
El dragón volvió a
vociferar:
-Estoy aquí para
acabar con todos los listillos que piensan que pueden derrotar
cualquiera simplemente porque han pasado por el Castillo del
Conocimiento.
Rebeca susurró al
oído del caballero:
-Merlín dijo una vez
que el conocimiento de uno mismo podía matar al Dragón del Miedo y
la Duda.
- ¿Y tú lo crees? -
susurró al caballero.
-Sí - afirmó Rebeca
con firmeza.
- ¡Pues, entonces,
encárgate tú de ese lanzallamas verde! - El caballero dio media
vuelta y cruzó el puente levadizo corriendo, en retirada.
- ¡Jo, jo, jo! - rió
el dragón, y con su último “Jo” por poca quema los pantalones
del caballero.
- ¿Os retiráis
después de haber llegado tan lejos? - preguntó Ardilla, mientras el
caballero se sacudía las chispas de la espalda.
-No lo sé - replicó
él - He llegado a habituarme a ciertos lujos, como vivir.
San intervino.
- ¿Cómo te soportas
si no tienes la voluntad y la osadía de poner a prueba el
conocimiento que tienes de ti mismo?
- ¿Tú también
crees que el conocimiento de uno mismo puede matar al Dragón del
Miedo y la Duda? - preguntó el caballero.
-Por supuesto. El
conocimiento de uno mismo es la verdad y ya sabes lo que dicen: “la
verdad es más poderosa que la espada”.
-Ya sé que eso es lo
que se dice, pero ¿hay alguien que lo haya probado y haya
sobrevivido? - preguntó sutilmente el caballero.
Tan pronto como acabó
de pronunciar estas palabras, el caballero recordó que no necesitaba
probar nada. Era bueno, generoso y amoroso. Por lo tanto, no debía
sentir ni miedo ni dudas. El dragón no era más que una ilusión.
El caballero dirigió
la mirada a través del puente hacia donde se encontraba el monstruo
lanzando fuego hacía unos arbustos, por lo visto para no perder la
práctica. Con el pensamiento en la mente de que el dragón sólo
existía si él creía que existía, el caballero inspiró
profundamente y, con lentitud, volvió a atravesar el puente
levadizo.
El dragón, por
supuesto, fue a su encuentro, bufando y echando fuego. Esta vez, sin
embargo, el caballero siguió adelante. Pero el coraje del caballero
no tardó en comenzar a derretirse, al igual que su barba, con el
calor de las llamaradas del dragón. Con un grito de temor y
angustia, dio media vuelta y salió corriendo.
El dragón dejó
escapar una poderosa carcajada y disparó un chorro de fuego contra
el caballero en retirada. Con un aullido de dolor, el caballero
atravesó el puente como una bala, con Rebeca y Ardilla tras él. Al
divisar un pequeño arroyo, sumergió rápidamente su chamuscado
trasero en el agua fresca, sofocando las llamas en el acto.
Ardilla Rebeca
intentaban consolarlo desde la orilla.
-Habéis sido muy
valiente - dijo Ardilla.
-No está mal por
tratarse del primer intento - añadió Rebeca.
Sorprendido, el
caballero la miró desde donde estaba.
- ¿Cómo que el
primer intento?
Ardilla le respondió
con toda naturalidad:
-Tendréis más
suerte la segunda vez
El caballero
respondió enfadado:
-Tú irás la segunda
vez.
-Recordad que el
dragón es sólo una ilusión - dijo Rebeca.
- ¿Y el fuego que
sale de su boca? ¿Eso también es una ilusión?
-En efecto -
respondió Rebeca - el fuego también era una ilusión.
-Entonces, ¿cómo es
que estoy sentado en este arroyo con el trasero quemado? -exigió el
caballero.
-Porque vos mismo
hicisteis que el fuego fuera real, le dais el poder de quemar vuestro
trasero o cualquier otra cosa - dijo Ardilla.
-Tienes razón -
corroboró Sam - Debes regresar y enfrentarte al dragón de una
vez por todas.
El caballero se
sintió acorralado. Eran tres contra uno. O, mejor dicho, dos y medio
contra uno; la mitad Sam del caballero estaba de acuerdo con Ardilla
y Rebeca, mientras que la otra mitad quería permanecer en el arroyo.
Mientras el caballero
luchaba contra un coraje que flaqueaba, oyó a Sam decir:
-Dios le dio coraje
al hombre. El hombre da coraje a Dios.
-Estoy harto de
intentar comprender el significado de las cosas. Prefiero quedarme
sentado en el arroyo y descansar.
-Mira - lo animó Sam
- si te enfrentas al dragón, hay una posibilidad de que lo elimines,
pero si no te enfrentas a él, es seguro que él te destruirá.
-Las decisiones son
fáciles cuando sólo hay una alternativa - dijo el caballero. Se
puso en pie de mala gana, inspiró profundamente y cruzó el puente
levadizo una vez más.
El dragón le miró
incrédulo. Era un tipo verdaderamente terco.
- ¿Otra vez? - bufó
- Bueno, esta vez sí que te pienso quemar.
Pero esta vez el
caballero que marchaba hacia el dragón era otro; uno que cantaba una
y otra vez: “el miedo y la duda son ilusiones”.
El dragón lanzó
gigantescas llamaradas contra el caballero una y otra vez, pero, por
más que lo intentaba, no lograba hacerlo arder.
A medida que el
caballero se iba acercando, el dragón se iba haciendo cada vez más
pequeño, hasta que alcanzó el tamaño de una rana. Una vez
extinguida su llama, el dragón comenzó a lanzar semillas. Estas
semillas - las Semillas de la Duda - tampoco lograron detener al
caballero. El dragón se iba haciendo aún más pequeño a medida que
continuaba avanzando con determinación.
- ¡He vencido! -
exclamó el caballero victorioso.
El dragón apenas
podía hablar.
-Quizás esta vez,
pero regresaré una y otra vez para bloquear tu camino.
Dicho esto,
desapareció con una explosión de humo azul.
-Regresa siempre que
quieras - le gritó el caballero - Cada vez que lo hagas, yo seré
más fuerte y tú más débil.
Rebeca voló y
aterrizó en el hombro del caballero.
-Lo veis, yo tenía
razón. El conocimiento de uno mismo puede matar al Dragón del Miedo
y la Duda.
-Si realmente creías
que era sí, ¿por qué no me acompañaste cuando me acerqué al
dragón? - preguntó el caballero, que ya no se sentía inferior a su
amiga emplumada.
Rebeca mullió sus
plumas.
-No quería
interferir. Era vuestro viaje.
Divertido, el
caballero estiró el brazo para abrir la puerta del castillo, pero
¡el Castillo de la Voluntad y la Osadía había desaparecido!
Sam le explicó:
-No tienes que
aprender sobre la voluntad y la osadía porque acabas de demostrar
que ya la posees.
El caballero echó la
cabeza hacia atrás, riendo de pura alegría. Podía ver la cima de
la montaña. El sendero parecía aún más empinado que antes, pero
no importaba.
Sabía que ya nada le
podía detener.
LA CIMA DE LA
VERDAD
Centímetro
centímetro, palmo a palmo, el caballero escaló, con los dedos
ensangrentados por tener que aferrarse a las afiladas rocas. Cuando
ya casi había llegado a racima, se encontró con un canto rodado que
bloqueaba su camino. Como siempre, había una inscripción sobre él:
aunque este Universo poseo, nada poseo, pues no puedo conocer lo
desconocido si me aferro a lo conocido.
El caballero se
sentía demasiado exhausto para superar el último obstáculo.
Parecía imposible descifrar la inscripción y estar colgado de la
pared de la montaña al mismo tiempo, pero sabía que debía
intentarlo.
Ardilla Rebeca se
sintieron tentadas de ayudarle, pero se contuvieron, pues sabían que
a veces la ayuda puede debilitar a un ser humano.
El caballero inspiró
profundamente, lo que le aclaró un poco la mente. Leyó la última
parte de la inscripción en voz alta: “Pues no puedo conocer lo
desconocido si me aferro a lo conocido”.
El caballero
reflexionó sobre algunas de las cosas “conocidas” a las que se
había aferrado durante toda su vida. Estaba su identidad - quién
creía que era y que no era - Estaban sus creencias - aquello que él
pensaba que era verdad y lo que consideraba falso - Y estaban sus
juicios - las cosas que tenía por buenas y aquellas que consideraba
malas.
El caballero observó
la roca y un pensamiento terrible cruzó por su mente: también
conocía la roca a la cual se aferraba para seguir con vida. ¿Quería
decir la inscripción que debía soltarse y dejarse caer al abismo de
lo desconocido?
-Lo has cogido
caballero, - dijo Sam - Tienes que soltarte.
- ¿Qué intentas
hacer, matarnos a los dos? Gritó el caballero.
-De hecho, ya estamos
muriendo ahora mismo - dijo Sam - Mírate. Estás tan delgado que
podrías deslizarte por debajo de una puerta, y estas lleno de estrés
y miedo.
-No estoy tan
asustado como antes - dijo el caballero.
-En ese caso, déjate
ir y confía -. Dijo Sam
- ¿Qué confíe en
quién? - replicó el caballero enfadado. Estaba harto de la
filosofía de Sam.
-No es un quién -
respondió Sam - ¡No es un quién sino un qué!
- ¿Un qué? -
preguntó el caballero.
-Sí - dijo Sam - La
vida, la fuerza, el universo, Dios, como quieras llamarlo.
El caballero miró
por encima de su hombro y vio el abismo aparentemente infinito que
había debajo de él.
-Déjate ir - le
susurró Sam con urgencia.
El caballero no
parecía tener alternativa. Perdía fuerza en cada segundo que pasaba
y la sangre brotaba de sus dedos allí donde se aferraban a la roca.
Pensando que moriría, se dejó ir y se precipitó al abismo, a la
profundidad infinita de sus recuerdos.
Recordó todas las
cosas de su vida de las que había culpado a su madre, a su padre, a
sus profesores, a su mujer, a su hijo, a sus amigos y a todos los
demás. A medida que caía en el vacío, fue desprendiéndose de
todos los juicios que había hecho contra ellos.
Fue cayendo cada vez
más rápidamente, vertiginosamente, mientras su mente descendía
hacia su corazón. Luego, por primera vez en su vida, contempló su
vida con claridad, sin juzgar y sin excusarse. En ese instante,
aceptó toda la responsabilidad por su vida, por la influencia que la
gente tenía sobre ella, y por los acontecimientos que le habían
dado forma.
A partir de ese
momento, fuera de sí mismo, nunca más culparía a nada ni a nadie
de todos los errores y desgracias. El reconocimiento de que él era
la causa, no el efecto, le dio una nueva sensación de poder. Ya no
tenía miedo.
Le sobrevino una
desconocida sensación de calma y algo muy extraño le sucedió:
¡empezó a caer hacia arriba! ¡Sí, parecía imposible, pero caía
hacia arriba, surgiendo del abismo! Al mismo tiempo, se seguía
sintiendo conectado con lo más profundo de él, con el centro de la
Tierra. Continuó cayendo hacia arriba, sabiendo que estaba unido al
cielo y la Tierra.
Repentinamente, dejó
de caer y se encontró de pie en la cima de la montaña y comprendió
el significado de la inscripción de la roca. Había soltado todo
aquello que había temido y todo aquello que había sabido y poseído.
Su voluntad de abarcar lo desconocido le había liberado. Ahora el
universo era suyo, para seré experimentado y disfrutado.
El caballero
permaneció en la cima, respirando profundamente y le sobrevino una
sobrecogedora sensación de bienestar. Se sintió mareado por el
encantamiento de ver, oír y sentir el universo que le rodeaba.
Antes, el temor a lo desconocido había entumecido sus sentidos, pero
ahora podía experimentar todo con una claridad sorprendente. La
calidez del sol del atardecer, la melodía de la suave brisa de la
montaña y la belleza de las formas y los colores de la naturaleza
que pintaban el paisaje, causaron un placer indescriptible al
caballero. Su corazón rebosaba de amor: por sí mismo, por Julieta y
Cristóbal, por Merlín, por Ardilla y por Rebeca, por la vida y por
todo el maravilloso mundo.
Rebeca y Ardilla
observaron al caballero ponerse de rodillas, con lágrimas de
gratitud surgiendo de sus ojos.
“Casi muero por
todas las lágrimas que no derramé”, pensó. Las lágrimas
resbalaban por sus mejillas, por su barba y por su peto. Como
provenían de su corazón, estaban extraordinariamente calientes, de
manera que no tardaron en derretir lo que quedaba de su armadura.
El caballero lloraba
de alegría. No volvería a ponerse la armadura y cabalgar en todas
direcciones nunca más. Nunca más vería la gente el brillante
reflejo del acero, pensando que el sol estaba saliendo por el norte o
poniéndose por el oeste.
Sonrió a través de
sus lágrimas, ajeno a que una nueva y radiante luz irradiaba de él;
una luz mucho más brillante y hermosa que la de su pulida armadura,
una luz destellante como un arroyo, resplandeciente como la luna,
deslumbrante como el sol.
Porque ahora el
caballero era el arroyo.
Era la luna.
Era el sol.
Podía ser todas las
cosas a la vez, y más,
Porque era uno con el
universo.
Era amor.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario